LA CORTINA
MÁGICA DE NAVIDAD
En los alrededores de una ciudad con enormes edificios, y
muchos, pero que muchísimos ruidos, en una casa muy humilde, vivíamos, Luisito
que era como a mí me pusieron de nombre mis papás, mi hermana Helena, y mis ya
nombrados y queridos padres, éramos muy pobres.
Mi papa trabajaba en un edificio que se construía justo
enfrente de mi casa, mi mama planchaba a veces para una señorona, que vivía en uno de esos altos edificios, del centro de la ciudad, no teníamos grandes
cosas, bueno mejor dicho eran pocas muy pocas, mis papas nos explicaban cómo podían,
que era debido a lo que ganaban en sus respectivos trabajos.
Pero en ese tiempo, éramos felices, nos teníamos los unos a los
otros, y con eso era más que suficiente,
pero el edificio donde trabajaba mi papa se termino de construir, y con el también el trabajo de mi padre, y
así fue como empezaron las dificultades, bueno más bien yo diría las
superdificultades.
Todo fue a peor, con lo que ganaba mi mama, y con los
objetos que mi papá recogía en la calle, desde el amanecer, hasta que el sol se
recogía por el horizonte, para conseguir unas pocas monedas.
No era suficiente, y para colmo de males, en el edificio
donde mi papá había trabajado, se acababa de instalar una familia con dos niños
malvados, a los que veíamos a través de nuestras viejas, y desamparadas
cortinas, a las que el tiempo había perforado, unos enormes agujeros por los
que mi hermana Helena y yo, veíamos a estos simpáticos vecinitos.
Algunas tardes nos enseñaban, ricos pasteles de nata, y
chocolate, que nosotros solo alcanzamos haberlos visto, en una pastelería
situada dos calles más arriba de nuestra casa, otras veces los veíamos con
algún juguete enorme, que ni Helena ni yo mismo habíamos visto nunca, ni tan
siquiera haberlo podido imaginar, pero lo peor eran los libros, los veíamos al fondo del ventanal, había
cientos de ellos, nosotros solo teníamos uno era de un autor de nombre JULIO
VERNE, hablaba de las aventuras de un submarino llamado Nautilos, nos lo
sabíamos de memoria, mi hermana y yo lo compartíamos una semana cada uno, el
capitán Nemo y su submarino eran ya parte de nuestra familia.
Mis padres sufrían al ver como esos niños crueles, nos
martirizaban con las cosas que veíamos por los agujeros, de nuestras pobres y gastadas cortinas, mi
mama se esforzaba por hacer alguna comida rica como antes ella siempre cocinaba,
ahora con la nevera vacía era imposible, siempre teníamos hambre, claro sin
monedas no hay comida y mucho menos libros. Mi papa se empeñaba aun mas en la
búsqueda de objetos de algún valor, en sus eternas é interminables caminatas
por toda la ciudad, hasta que un día apareció en casa con unas cortinas de
paño, de un color rojo intenso, desde ese momento en que las vi, supe que eran
mágicas, tenían una luz especial, que escapaba por cada uno de los hilos del
bonito paño, estas lucecitas llegaban hasta mi como descolgadas del mismísimo
polo norte, estaba seguro aquellas luminosas cortinas, eran maravillosa mente
mágicas. Mi padre las colgó, en nuestra
antigua y oxidada barra en la que hasta ahora habían estado, nuestras viejas y
agujereadas pero a la vez queridas cortinas.
Y aunque en casa nadie sabía, que nuestras nuevas cortinas
rojas eran mágicas, en verdad lo eran, nosotros ya no veíamos a nuestros
queridos vecinos, nunca más os volverán hacer daño nos decía mi padre, pero
ellos sí que podían vernos a nosotros, y en su colosal ventana, insistían con todo tipo de objetos, y manjares, para
volver hacernos daño una y otra vez, pero gracias a nuestra cortina mágica, ya
no podían.
Llego el invierno, y el frió, no teníamos luz, ni
calefacción, no podíamos pagarla, nos abrigábamos con las pocas mantas que en
mi casa había, casi daba igual estábamos todos congelados, en la calle un manto
de nieve blanca se extendía por la toda la ciudad, al otro lado de la calle,
mis vecinitos se paseaban en pantalón, y manga corta por la ventana, sin saber
que la cortina roja nos protegía, y ya no los veíamos. Se acercaba la Navidad,
y mis papas intentaban con toda el alma, conseguir alguna moneda extra, para la
cena de esa noche tan especial, en casa Helena y yo mirábamos la cortina
mágica, mi hermana parecía no darse cuenta, pero al aproximarse la Navidad, la
mágica luz que de ella irradiaba aumentaba con cada nuevo día.
Y por fin llego el anhelado día de Navidad, estábamos todos
juntos pero en la nevera no había nada, ni un huevo, ni una patata, nada
absolutamente nada, entonces salimos todos a la calle en dirección a una
parroquia cercana, donde un señor vestido de negro, con el pelo completa mente
vestido de blanco que a veces le regalaba alimentos a mama, es curioso como un
señor tan bueno y generoso, se cubría la cabeza y el cuerpo con ropas de
colores tan tristes.
Ya era de noche cuando regresamos a casa, el sol se
recostaba sobre el horizonte, dejando paso a la triste, y pesarosa luz de las
pocas farolas que iluminaban mi calle, y mirando a nuestra ventana (MAGIA) las
cortinas brillaban con tanta fuerza, era como si la electricidad hubiera vuelto
de nuevo a mi casa, correr, correr, hay fuego en la casa, decía mi padre, sin
embargo yo sabía que no era fuego lo en mi casa ocurría, subimos a toda prisa
las escaleras, nervioso mi padre no acertaba con la cerradura, y al abrir la
puerta, todo era mágico, asombroso, en la mesa, encima de un bonito mantel de
Navidad, toda clase de ricos platos, y pasteles, que no sabría ni siquiera
nombrar, porque en mi vida mis ojos los vieron, al fondo del salón, un
arbolito, con lindas guirnaldas, y lucecitas de múltiples colores que
pestañeaban sin parar, y a los pies del arbolito , (SORPRESA) eran regalos, al
acercarme comprobé, que una tarjeta con el nombre de cada uno de nosotros,
asomaba por entre los pliegues de los misteriosos regalos, mi hermana y mis
padres con los ojos como espejos, donde se reflejaba mi maravillosa, y mágica
cortina, continuaban en la puerta paralizados aun por la sorpresa.
Al abrir mi regalo y ver su contenido, por poco me desmayo,
era un cajón de libros de aventuras, y entre lágrimas veía algún título, de la
tierra a la luna, la isla misteriosa, al mirar a Helena, le ocurría algo
parecido a mí, su regalo también eran libros, era genial se los
intercambiarían.
Cuando de pronto sonó el timbre de mi casa, era el cartero,
y le entregaba un sobre a mi papa, que al abrirlo y leer su contenido, empezó
saltar, gritando, es un empleo, tengo un trabajo, un trabajo, tengo un trabajo
chillaba sin parar, mi madre llorando se abrazaba a él, todos nos abrazamos, ya
no teníamos frió, el verano mágica, y repentinamente había regresado, teníamos
calor, mucho calor, el mejor que se puede tener, el calor del hogar, el calor
de la familia, el calor de la Navidad, y de reojo miraba a mi mágica cortina
roja, brillaba intensa mente, solo yo sabía que era la responsable de todas
aquellas maravillas, gracias, muchas gracias, le decía entre murmullos.
Al otro lado de la calle, los niños perversos, contemplaban
a través de las cortinas como nos besábamos, abrazábamos, veían la inmensa
alegría que envolvía por completo, a todos y cada uno de los miembros de mi
amada familia, no entendían como en mi casa,
siendo tan pobres, hubiera tanta
y tanta felicidad. Y de improviso de nuevo, mi cortina mágica intentaba ahora
ayudar aquellos tristes niños, y de los ojos de uno de ellos empezó a resbalar,
una lágrima por su infantil, y rosada mejilla, al descubrir que los verdaderos
pobres, no éramos nosotros, aquella
familia de cortinas desharrapadas, y harapientas, si no ellos con sus grandes
exposiciones, algo de lo que yo y mi familia siempre, y por siempre seriamos
inmensamente ricos, algo que ellos nunca conocieron, y mucho menos disfrutaron,
el amor y el cariño de tu familia, de tus amigos, pobres quizás nunca lo conseguirían.
REALIZADO POR J.A.