Comienza a salir el sol, ha llovido y todo está limpio.
El agua de estos días, se llevó el encrustado polvo veraniego que matizaba los verdes, dándoles un color de sed y cansancio.
Las palomas han descendido de sus aleros, donde permanecieron refugiadas durante la lluvia y ahora caminan airosas, estiradas, pavoneándose, dispuestas a recibir los rayos dorados del incipiente sol.
Los pájaros pululan por el suelo amontonados, buscando su codiciado alimento, otros beben el agua embelesados en pequeños charquitos de plata.
Todo el parque del Retiro resplandece, Katia. Las hojas lavadas han sacado su oculto color y tapizadas con su brillo, relucen tocadas por lo celeste y hacen brotar un aromático perfume, que embriaga el entorno de su aroma..
En el suelo, gotitas de agua quedaron colgadas en la hierba, que al roce del sol reverberan, y permanecen unidas, amorosas, mostrando grandes alfombras de perlas nacaradas.
¡Tapices verdes con perlas incrustadas en sus tejidos herbáceos!
Algún pajarillo, ansioso de agua, pisa la alfombra y rompe el hechizo.
Tú, discreta, aún sin entender mi pensamiento, galopas, para no deshacer el encanto, por el centro del paseo, que poco a poco va secando su suelo el agradable y tenue sol otoñal.
Yo entre tanto , me recreo en la visión del dulce espectáculo y prodigio de las mañanas, cuando el rocío deja de serlo, para convertirse en perlas de tupida alfombra.
La brisa soleada va disipando la nostalgia y melancolía, en la que se había sumergido el parque del Retiro en días pasados y los transeúntes se contagian de la belleza que ahora, orgulloso exhibe.
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