lunes, 18 de febrero de 2013

Retiro


LA CASITA

Cerca de la montaña, a nuestra derecha según la miramos y a su izquierda, al lado de unas ruinas románicas de un antiguo monasterio, se encuentra la casita.

Pequeña, romántica, sus paredes de color rosa asalmonado, circundada por un gran lago, cual diosa de los mares enarbolando su delicadeza; hornacinas desiertas franquean su fachada-puede que usurpadas en saqueos a través de los tiempos-y preciosas figuras pintadas en sus murales, la caída de su sombra se baña airosa en las aguas, que, subterráneas, le llegan impregnadas de poesía, de su vecina, la montaña.

Erguida dichosa sobre las aguas, con aspiraciones a palacio o castillo del romanticismo, rememora su contemplación en la mente, cuentos inocentes de princesas enamoradas. Pudo ser casa de pescadores, donde guardan sus aparejos, o según algunas malas lenguas, donde se reunían en citas clandestinas.

Los nenúfares de su lago la miran extasiados, bamboleados por el viento, por las ondas de las aguas y el caminar deslizante de los anacarados patos, que también en su descanso la contemplan, persuadidos de su encanto, y así, felices, recrearse bajo su acogida protectora.

Un puente de madera con cadenas a ambos lados, que de acceso a la casita, sigue trayendo la semblanza de palacios. Palacio en miniatura al alcance de los niños, en dimensiones cercanas a sus sueños y juegos.

Alrededor del estanque, siguiendo sus formas ondulantes, la circunda un gran seto verde de cesped, lugar de recreo de patos, palomas y pajarillos con aires de reyes de la naturaleza, que se desvanecen en galanterías y reposo tranquilo, junto al tenue sol que este día les prodiga.

¿Recuerdas Katia, aquella guerra que declaraste cuando eras bebé, a los mansos patos?. ¡Cuanto  temí que un día les hicieras daño!. Apenas divisabas sus blancas siluetas, te lanzabas enloquecida a velocidades insospechadas sobre ellos. Entonces, mis voces inocuas, se perdían en el aire sin llegar a tí.

¡Que locura bullía en tu testuz, Katia!¡Que ansia de poseer lo prohibido! ¡Que loquilla!. De nada sirvieron mis lamentos, las regañinas ni mis enfados y disgustos. Desalojabas rápido el dulce cesped para convertir el cálido alojamiento en una desbandada de aves y patos; éstos últimos en un corto vuelo, pero veloz, elevaban sus alas para zambullirse en las aguas, su refugio, huyendo de tí. Tú, feliz de tu hazaña, volvías orgullosa a tu paseo.

En este tu galopar contra las aves, no tenías tanto éxito con las palomas, pues ellas, avizores, cruzaban raudas los aires en dirección al tejado de la casita, dejándote toda sorprendida ante su desaparición

1 comentario:

  1. Me gusta mucho la descripción tan detallada que utiliza.
    María

    ResponderEliminar